La boda

La condición de la mujer atraviesa las fronteras y las épocas. La lucha por la igualdad, por preservar el deseo, por liberarnos de las ataduras de creencias necesarias en otros tiempos configura una y otra vez relatos cinematográficos. Porque las historias deben ser narradas una y otra vez hasta que lleguen a la conciencia. Quiero hablar de una película que vi. Su título original es “Noces”; “La boda”, su traducción. Es una tragedia en todo el sentido de su género, cuya heroína es una joven adolescente belga, pero de ascendencia pakistaní. La primera referencia es su libertad en el orden del ejercicio de su sexualidad. La joven debe enfrentar una decisión muy difícil: abortar. Su dilema responde a la creencia atávica acerca de lo que le está sucediendo y su responsabilidad en el destino del embrión. Si bien su dilema moral responde a su herencia religiosa, es curioso que, en su avance sobre el tema, no le preocupe la reacción de los padres. Para ellos lo importante “es que se deshaga del problema” para asumir su obligación: consentir un matrimonio “arreglado”, según la tradición pakistaní. En esta situación, cuenta con ¿el apoyo?, de su hermano. La boda “arreglada” la coloca en una encrucijada – una verdadera aporía, ya que en una encrucijada no existe una sola dirección y es necesario optar entre las cuatro direcciones. Esta situación le revela su condición por haber nacido mujer en una familia pakistaní. Hay una sola salida, sin discusión. Cualquier intento de liberación está condenado al fracaso. Zahira se debate entre dos sistemas de pensamiento. Es de nacionalidad belga. Ha crecido y se ha educado en dicha cultura. Sin embargo, su “deber ser” está en relación a su pertenencia a la cultura pakistaní: la “elección” no es viable en la tradición familiar. Sus padres hablan con orgullo de haber tenido éxito en su matrimonio aunque, como es costumbre, fue un arreglo entre familias. Llegar virgen al matrimonio ya no es una limitación para cumplir con el “modelo”. Su hermana mayor le confiesa que se puede realizar una pequeña “intervención” que la dejará “como” nueva y sus padres no tienen por qué enterarse. En esta confesión se revelan los pactos inconscientes que van dando indicios de lo que desencadenará una tragedia. Y en toda tragedia siempre hay un chivo expiatorio. No hay duda: Zahira es una heroína trágica. Se enfrenta al orden instituido, como la Antígona de Sófocles; y, en su exceso adolescente, sucumbe atrapada en el enfrentamiento violento de dos sistemas, como Julieta - la heroína de Shakespeare - por el odio irrefrenable de las dos familias. “Noces”, la boda, es una excusa para hablar de lo sombrío (el padre guarda un arma en su comercio, anticipando lo inevitable) que anida en la institución familiar aprisionada por mandatos ancestrales que no pueden ponerse en duda, que desoyen el deseo y no dan lugar a la integración y al aporte simbólico de nuevas generaciones. El arma toma el lugar de la palabra. La palabra no ilumina el sendero posible. Impera entonces el absurdo.

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