CUIDAR AL QUE CUIDA Una perspectiva arte terapéutica junguiana en salud mental.
Quien cuida tiene la intensión de sanar la herida de su paciente. Hablar de sanar nos lleva a otra cuestión que es la de la herida y la cicatriz. Por lo tanto, quien cuida debería tener conciencia de su herida – en palabras de James Hillman.
Sanar es como aprender. Tanto el sanar como el aprender llevan su tiempo. Cuidar se hace, entonces, una tarea preventiva. El paciente, el familiar o el amigo, a quien se debe cuidar, es como un niño. No puede tomar grandes decisiones ni realizar grandes cambios. Ese ser debe recurrir a la extrema paciencia para recuperarse. Y esta paciencia es la que lo induce a reconocer los cambios que debe realizar en su vida para poder seguir adelante. Tal vez por primera vez él o ella se pregunte: ¿Adónde ha ido mi creatividad? ¿Dónde se oculta el guardián que me ayuda a recuperar la flexibilidad perdida? ¿Qué es lo que me sume en el desorden de mis emociones y me retiene en las profundidades sin encontrar una salida a mi padecer? Durante una convalecencia, algo duele con una fuerza que es difícil de expresar. Una nueva filosofía de vida lleva a reconocerse habitada/o por emociones que se debaten como personajes ingobernables que han tomado el mando de la situación. Se imponen, además, momentos oscuros y de preocupación. Creían los antiguos que en estos momentos o encrucijadas se revelaba la voluntad divina. La preocupación evita el entregarse a lo desconocido. Es en las encrucijadas que se expresa lo irracional. Es en un momento así en que el dolor se convierte en el compañero de un tránsito que exige ir en una dirección.
Salud y enfermedad son una polaridad cuya síntesis reconocemos con el término sanación. Sanar significa en este contexto integrar. La enfermedad es como si una herida que no logra consuelo se habilitara. Pero quien cuida no está por fuera de esa instancia. También en quien cuida se expresa la vulnerabilidad. Para el paciente quien cuida es portador de un tesoro que el enfermo quiere obtener. Pero no se trata de obtener el tesoro, sino de la activación del arquetipo del sanador desde el punto de vista de la Psicología Analítica. Por otra parte sanar implica también la restitución de un sentido. Para los indios huichol sanar consiste en la recuperación del alma que es lo que devuelve al enfermo a la vida. Quien cuida para los huicholes es el guardián de los cantos sagrados.
Si tuviese que reconocer uno de los arquetipos del guardián, ese arquetipo es el de Deméter. Deméter en la mitología griega es la madre. Y aquí he llegado al punto que me interesa para este trabajo. El que cuida, sea mujer o varón, tiene activado este arquetipo. ¿Y qué significa tener activado este arquetipo? Deméter es predominantemente dadora. No se le conocen otras relaciones que no sean las maternales. Y aquellas relaciones que tuvo, no fueron importantes para ella. Se podría decir que la predominancia de este arquetipo en una mujer se hace evidente en la ausencia del deseo y las dificultades en su sexualidad. Me refiero a que cuando este arquetipo está activado, la mujer se resiste a la solicitud del varón, ya que la considera como violenta e intrusiva. Deméter cuida, da su afecto de modo absoluto e incondicional hasta caer rendida por la carga y el displacer. Y ningún ser humano sano es tan abnegado y perfecto que no se resienta frente a la exigencia que propone aquél que ha perdido su alma, su conexión cósmica y ha hecho de la queja su modo de atravesar el dolor. Convengamos en que la queja es la forma pasiva de la agresividad. No todo enfermo es quejoso, por cierto. Del mismo modo, no todo aquel que cuida a un enfermo debe hacerlo al punto de olvidar sus propias necesidades y límites. Quisiera contarles el caso que me llevó a formarme como arteterapeuta en la orientación junguiana.
Conocí a Elsa en una clase de Filosofía en el año ´97. Aún no había cumplido los cincuenta años y se apasionaba por el estudio. Sin embargo, varias veces había tenido que interrumpir su carrera y había abandonado su trabajo debido a los requerimientos de una familia numerosa.
Elsa se había casado joven y los hijos llegaron pronto. Uno detrás de otro, los primeros 3. El cuarto murió al nacer. Fue muy duro para ella y su esposo, pero lo volvieron a intentar y llegó el benjamín. Y la vida, generosa en sus dones, les volvió a sonreír. Estaban agradecidos a Dios por esta nueva oportunidad que les había dado.
Trabajaron duro hombro a hombro. Elsa, en la casa, con las tareas domésticas y criando a sus hijos. Su marido desarrollando su carrera de arquitecto con éxito.
Cuando yo la conocí, su pregunta era: Y yo, ¿cuándo podré alcanzar lo que con tanto amor ayudé a desarrollar en mis hijos y mi marido? Me pidió que la asistiera. Aún no me había iniciado en la carrera arte terapéutica, de modo que le propuse primero integrar un taller de escritura. Fue muy importante lo que me sucedió entonces con respecto a mi orientación en lo que hoy denomino Escritura espontánea desde una perspectiva junguiana. Elsa comenzó a trabajar en grupo. No faltaba nunca. El grupo comenzó a convertirse en el sostén de un sueño propio. Se despertó en ella un deseo profundo de escribir un libro de su autoría. Me pregunté, entonces, cuál era mi función con respecto a ella y trabajé intensamente para generar los recursos necesarios para la elaboración de esa obra.
Todas las semanas durante 7 años – sólo interrumpidos por las vacaciones y el receso escolar de sus hijos menores – construí las consignas de escritura que fueron poniendo de manifiesto un proceso personal fijado en una historia difícil de abandono infantil. A la edad de dos años, Elsa había sido dada en adopción. Su mamá no la podía criar y se la entregó a la abuela paterna para que se ocupara. Esta era una herida en Elsa que no cicatrizaba. Ella se había propuesto ser más madre que su madre y en esa construcción, ella quedó atrapada. Sus primero escritos fueron las cartas a sus hijos. Elsa con sus escritos llegó al corazón de sus seres más queridos. Y en ella se había reactivado el arquetipo de Deméter. Como polaridad correspondiente, Deméter, la madre, se corresponde con Perséfone, la hija, que es raptada por Hades y llevada a las profundidades del mundo subterráneo. El trabajo, por lo tanto, era favorecer la integración de esa Perséfone, de esa hija herida que aún vagaba en busca de sus padres biológicos. En eso pusimos el acento y Elsa alcanzó parte de su sueño: en el año 2004, terminó por fin una carrera. Puso su consultorio. Y poco tiempo después fue abuela.
Se preguntarán qué sucedió con el libro que estaba escribiendo. Elsa es muy perseverante y continúa trabajando en el relato central. Luego de tres años, retomó su trabajo individual. Y yo continúo asistiendo la producción del libro y su edición que es el sueño que aún mantiene a Elsa en esa dirección vital.
Bibliografía
1. Diccionario de Mitología Griega y Romana de Pierre Grimal.
2. Diccionario de Símbolos de Chevalier
3. Diccionario de Símbolos, de Eduardo Cirlot
4. El hombre y sus símbolos, C. G. Jung
5. Los Espejos del Yo, James Hillman y otros