figuras en juego


Alguna vez, lo recuerdo bien, aprendí a dibujar un cubo. Fue en la época en la que quería ocultar mi segundo nombre. Estaba en el colegio secundario y dedicaba muchas horas a los ejercicios de artes plásticas. De todas las figuras, la que me resultó fácil de construir primero fue el cubo. Allí, creo, se podría esconder mi vergüenza.

Hace unos días, ahora, en que no me avergüenza y puedo desocultar mi segundo nombre, he vuelto a garabatear esa figura tantas veces repetida en el papel y en mi mente. Lo curioso es que hasta que no me decidí a dejarme llevar por la memoria - más allá de mi voluntad - me resultó imposible reproducirla. Había perdido la habilidad por falta de ejercicio.

Reconozco que recuperar el cubo me emociona. Aunque ni las matemáticas ni la geometría fueron alguna vez mi fuerte. Esa figura, sin que yo lo supiera, ocultaba una parte de mí. Por eso creo que lo que me emociona es su sentido. Es un volumen sencillo que sirve de sostén y de refugio.

Así, comencé el ejercicio:
En primer lugar, dibujé dos cuadrados que se hacen tres en la intersección.
En segundo lugar, uní los vértices: dos exteriores y dos interiores y fue aquí que pude visualizar el volumen.
Finalmente, descubrí en la última novela de Dan Braun que desplegado el cubo se corresponde con una cruz. Y, entonces, la figura sufrió una amplificación.



Y, cuando quise dibujar el símbolo apareció algo nuevo: una T y así podríamos seguir desplegando las figuras en juego. Y de este modo surgiría un nuevo germen narrativo que iría a formar parte de la etiqueta: cuento breve.








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