Cleopatra, la reina del Nilo




Sentada en su trono, sutil, con un movimiento de cabeza asiente para la multitud. Se sabe amada y, a la vez, temida. La multitud se retuerce en sí misma de modo tal que llegue hasta ella una pizca de su apasionado seguimiento. Ella es poderosa. Las esclavas preparan su baño de leche tibia y aromatizada que convoca el sueño. Conoce las acciones conspirativas en su palacio y ese ritual de sumergirse en su fantasía la aleja de un alerta que se transforma en un aguijón constante. No se siente cómoda en su trono y debajo de ese pesado atuendo real. Todo su esfuerzo está orientado a ser la noble reina que está al servicio de su pueblo para que en esa región impere el orden y la paz.
Cuando baja la perilla, significa no. Cuando sube la perilla, significa . No hace falta esgrimir la palabra para ser escuchada.

Es pequeña y sufre. Cada vez que su madre y su tía se juntan a murmurar en la cocina y desgranan las antiguas historias de las parientas odiadas de la familia, ella se encierra en el baño de servicio donde se acumulan los trastos y juega a ser la reina. Imparte las órdenes desde la perilla de la vieja lustradora de pisos y sus fieles súbditos responden. La recorre un alivio inmenso. La han escuchado una vez más.

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