LECCION DE PIANO


Cuando era muy chiquita - entre los cinco y los seis años, para ser más precisa -, las puertas de las
casas que yo visitaba las abrían mujeres viejas. Digo: de las casas que visitaba, porque, en esa
época, me costaba pensar que habitaba alguna. En esas mujeres, me llamaba la atención la
intensidad con que la vida había logrado derrotar sus fuerzas. Una de ellas, sin embargo, aún se
reía. Pero su cabello era opaco, canoso, lanudo y parecía que se lo habían cortado a hachazos.
Pobre vieja. Su pelo había perdido vida, cuando murió su compañero.

La otra llevaba un rodete sujeto en la nuca y acomodaba los mechones rebeldes con un poco de
spray. Lo peor en ella no era el tono de su cabellera, no. Lo más inquietante era su olor. Parecía
llevar años pudriéndose de a poco. Y, al abrirme la puerta, yo rogaba que no pronunciara ninguna
palabra. Pero la fuerza de mi deseo no alcanzaba. No bien veía aparecer mi cara, se le estiraba la
boca en una sonrisa y me decía: “Hola. Carmencita, ya viene”. Me introducía en el salón enorme
en el que estaba el piano, a oscuras, y me dejaba a solas con las notas de la escala y el reloj que
me dictaba el ritmo de trabajo. Recuerdo que me llevaba algún tiempo recuperarme del impacto
de aquel olor metiéndose en mí sin que yo pudiese evitarlo. Poco a poco, me acomodaba en el
taburete y trataba de desligarme de la curiosidad que me despertaban los objetos agrupados en
aquel cuarto, quién sabe alrededor de qué idea: el abanico de seda con la imagen de una mujer de
formas redondeadas, en posición de olé (el brazo izquierdo, en alto, dibujando una curva hacia el
interior y golpeando con los dedos libres una de las castañuelas; el derecho, orientado hacia su
sexo, los dedos libres agitaban la otra castañuela); un mantón de Manila – en esa época, se usaba
colgarlo de alguna pared del cuarto, como un adorno – en fondo negro, con ramilletes de flores,
en tonos pastel, estallando en medio de tanta oscuridad; una fotografía de hombre, de mirada
cansada (parecía un santo o algo así, porque siempre había una flor natural, en un florerito, al
frente). La fotografía descansaba sobre una mesa vestida con un mantel blanco de hilo, con flores
bordadas.
Primero, me detenía en cada uno de esos objetos. Me preguntaba qué hubiese sucedido en la casa
si yo, de golpe, hubiera cerrado el piano y, tomando las pesadas cortinas, hubiese abierto las
persianas de par en par, dando vía libre a la luz del sol. No lo hice. Por lo tanto, desconozco la
respuesta.
Pero la molestia y la incomodidad que provocaba en mí ese ambiente me impulsaban a levantar la
tapa del piano. De este modo, comenzaba a practicar mis escalas: las ascendentes, primero; las
descendentes, después. Y, luego de ese ejercicio monótono, que me parecía que duraba varias
horas, podía pasar a Para Elisa. Y, entonces, me olvidaba de la oscuridad, hasta que la mano de
la vieja con sus dedos retorcidos (de una enfermedad de la que ni siquiera intento recordar el
nombre) se apoyaba sobre mi hombro y me llamaba, de nuevo, a esa realidad. “Carmencita ya
viene”, decía con voz cascada y se alejaba despacio arrastrando los pies: primero, uno, y luego, el
otro como si debajo llevara patines para lustrar el piso de esa casa que lucía impecable.
Entonces, la oscuridad volvía para que el impulso no me ganara nuevamente y huyera ante la
presencia irrevocable de Carmencita. Esa mujer pesada, enorme y calva que se levantaba sin
convicción a detenerme, a recuperarme del delirio en el que entraba después de ejecutar Para
Elisa.
Por la boca de Carmencita, como por la de su madre, salía un mal olor, aunque todavía no llegaba
a ser a viejo y a podrido.
Qué sentía Carmencita hacia mí. Era difícil adivinarlo en su mirada, que se ocultaba detrás de un
par de anteojos culo de botella, como los llamaban los chicos del barrio. Qué sentía Carmencita
hacia la vida. Era aún más difícil de saber. Ella nunca había pronunciado una palabra de afecto.
Yo, en esa época, ni intentaba desentrañar semejante misterio. Menos aún, ahora, que casi no
recuerdo los rasgos de Carmencita.

Imágenes Google: dejamequetecuente68.blogspot.com/2007/04/el-a..

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